miércoles, 9 de junio de 2010

LO DE CARLITOS - Hernando Harb














LO DE CARLITOS


Don Carlos Ciuffardi, más conocido como Carlitos, apodado Rey del Panqueque sonreía con la mirada, en sus ojos las lucecitas de la picardía y la imaginación no cesaban de titilar cuando se acercaba al estaño de su local de Villa Gesell y le preguntaba por su más reciente creación. Porque fue eso, un creador que homenajeaba con su gastronomía a los notables de la medicina, el arte y la política.

Los famosos se acercaban al reducto con las zapatillas llenas de arena y el gusto del mar en la boca con la intención de motivar el espíritu del hombre que detrás del mostrador escuchaba la pregunta previsible: “¿Cómo sería, Carlitos, panqueque con mi nombre?”. El interrogado se reía con esa ternura inefable e improvisaba un plato de “un vuelta y vuelta” guiado por su ingenio y ante las risas de sus hijos, herederos de un patrimonio que sobrevive a toda crisis que ataque los bolsillos.

Napo, como algunos lo conocían, falleció a los 75 años un día de abril de 2010. Pero sobrevive en sus veinte locales reinando en ámbitos nada lujosos pero con la confortabilidad ofrecida desde el afecto y el respeto.

Una vez le dijo a uno de sus hijos, Rodolfo, sin dudar que “si querés arrancar en primera, empezá por Quilmes”. Ducho en la materia explicó que el comensal quilmeño el más exigente.

Sus descendientes no dudaron y al ámbito inaugurado en Vicente López, frente a un conocido supermercado le siguió el recinto de la calle Alsina casi esquina Alvear.

No se equivocaba. Lo prueban los llenos que obligan a reservar mesa los sábados a mediodía, con remotas posibilidades de conseguir ubicación en la vereda, aunque el fresquito mortifique un poco a la espera del plato deliciosamente perfumado con misteriosos condimentos que la receta guarda bajo cientos de llaves.

Lejos de la vulgaridad del lujo uno puede degustar el panqueque que homenajea a la Merello o distingue al otro Carlitos, el Zorzal que observa aprobando desde una caricatura colgada en una pared, acompañando la aprobadora fantasía del gourmet que inició su labor en 1963, cobijado por los azulejos lácteos de una Martona que el tiempo se llevó. El gerente de la sucursal de Quilmes, Eduardo Lozano, nostalgioso rememora que ese restorán fue inaugurado por el padre Luis Farinello, quien atesoraba la contribución semanal que el querido Carlitos le dedicaba a los niños de su fundación “gratuitamente, por su puesto”. El sacerdote, de más está decir, tiene un paqueque dulcísimo con su nombre. El señor Dante, detrás del mostrador y fisgoneando los timbrazos de una caja y los números que desfilan velozmente desde la computadora, se sincera ante el que quiere saber cuánto se gasta por persona comiendo bien: “No puedo dar una cifra exacta. Depende de lo que se pida. No es lo mismo un paqueque con lomo que uno más sencilla.. Pero a medianoche cuando se suma lo recaudado, podría decirle que el promedio es de treinta pesos por cabeza. Incluyendo una gaseosa o un porrón”.

La cartilla de vinos es variada, pero lo suficientemente atractiva como para secundar a un panqueque Norma Aleandro, o uno con el nombre del DT de la Selección oficial del Mundial que distrae a los argentinos de tantos problemas, o el denominado “honrosamente” Doctor Favaloro. No falta la crêpe que homenajea al Che o a “los muchachos” de alguna fábrica del conurbano bonaerense. Discepolín y Perón no podían faltar en el Olimpo de ese hombre de gorro permanente que pidió a sus hijos no olvidar en el repertorio una comida ideal para celíacos.

Un grande”, de verdad. Visitarlo es más que aceptar una recomendación resaltada desde el cartel en la marquesina del restorán quilmeño. Carlitos espera a todos aquellos que saben combinar la fiesta y el homenaje.

No se van a arrepentir, a pasitos de la alborotada peatonal Rivadavia, el oasis de ese creador que le hizo un corte de manga a la reputada crisis del 2001.


HERNANDO HARB

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